jueves, 10 de julio de 2008

MI FORMACIÓN EN ALEMANIA


Precisamente para ello, para aclimatar a España las fuentes y costumbres culturales europeas, me fui a Alemania. A esta finalidad primordial respondió mi viaje de estudios, al finalizar mi doctorado en Filosofía con la tesis titulada Los terrores del año mil. Crítica de una leyenda”. En aquel gran país, y mucho más grande hubiera sido si la Guerra de los Treinta año no le hubiese paralizado, visité las Universidades de Leipzig, Berlín y Marburgo. Precisamente en esta última Universidad conocí a los neokantianos Hermann Cohen y Paul Natorp, a los que consideré siempre mis maestros. También entre este viaje mío a Alemania puede establecerse un cierto paralelismo con la estancia de Julián Sanz del Río, fundador del krausismo español, en Heidelberg.

El panorama filosófico que encontré en Marburgo estaba presidido por el neokantismo, esto es, la doctrina filosófica que postulaba la vuelta a Kant como modo de superar los callejones sin salida a que había llegado la filosofía idealista alemana de la mano de Hegel y sus seguidores. Pero, aquí se rompe el paralelismo con Sanz del Río. Así como el krausismo español importó el pensamiento de Krause de forma monolítica y sin una actitud demasiado crítica, yo llegué a Alemania con un espíritu más crítico y avispado—no en balde había pasado más de medio siglo de viajes de intelectuales españoles a Alemania— y mi actitud ante los neokantianos no fue la de la beatería discipular, sino una actitud ambivalente. De este modo, a la vez que reconocí la impagable deuda para con mis maestros de Marburgo, también adopté una actitud crítica frente a ellos y frente al propio Kant. La deuda y la crítica para con Kant y los neokantianos las resumí entonces con las siguientes palabras: "Durante diez años he vivido en el mundo del pensamiento kantiano: lo he respirado como una atmósfera y ha sido a la vez mi casa y mi prisión [...] Con gran esfuerzo me he evadido de la prisión kantiana y he escapado a su influjo atmosférico".

Así pues, consciente de que el pensamiento kantiano fue para mí tan necesario como lo es la atmósfera que respira cualquier hombre, también lo fuí de que también había sido una prisión de la que hube de liberarme para poder construir mi propia filosofía de madurez. Pero, Alemania desempeñó en mí una transcendente función vital, pues los años que viví allí, los años en que comenzó mi madurez humana, fueron tan fructíferos que los recuerdos de esta estancia quizá constituyan algunas de mis mejores páginas literarias. Así, cuando describí El Escorial, en 1915, no pude alejar de mí la imágen de la ciudad donde viví el "equinoccio de mi juventud", y sentí entonces la necesidad vital de expresarme así: "Permitidme que en este punto os traiga un recuerdo privado. Por circunstancias personales yo no podré mirar nunca el paisaje del Escorial sin que vagamente, como la filigrana de una tela, entrevea el paisaje de otro pueblo remoto y el más opuesto al Escorial que quepa imaginar. Es una pequeña ciudad gótica puesta junto a un manso río oscuro, ceñida de redondas colinas que cubren por entero profundos bosques de abetos y de pinos, de claras hayas y de bojes espléndidos. En esta ciudad he pasado yo el equinoccio de mi juventud; a ella debo la mitad, por lo menos, de mis esperanzas y casi toda mi disciplina. Ese pueblo es Marburgo, de la ribera del Lahn" (Esto lo dije cuando escribí "Meditación del Escorial", II: 558-559).

Sin embargo, pese a la profunda huella vital e intelectual que Alemania dejó en mí, regresé pronto a España, física e intelectualmente, pues para mí, el viaje a Alemania sólo tenía sentido en la medida en que, en virtud de una ósmosis intelectual, España se impregnase de Europa y, a su vez, impregnase a Europa. De este modo, ya en 1910, exclamaré: "Queremos una interpretación española del mundo [...]. España es una posibilidad europea. Sólo mirada desde Europa es posible España" (Esto, lo dije en "España como posibilidad", I: 138). A mi regreso, en 1910, oposité y gané la Cátedra de Metafísica de la Universidad de Madrid, en la que sucedí a Nicolás Salmerón, y comencé mi actividad universitaria como Catedrático antes de haber publicado ningún libro de filosofía. Ese mismo año me casé con Rosa Spottorno y, a partir de entonces, comenzó mi vida pública. Hasta otro momento. José Ortega y gasset


Arriba, la Vieja Universidad de Marburg, en la que yo estudié



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