lunes, 14 de julio de 2008

MI AUTOEXILIO, FUERA Y DENTRO DE ESPAÑA


En el mes de Julio de 1936, la guerra civil española provocó mi autoexilio y el comienzo para mí de una etapa de desazón vital que me llevó a vagar por el mundo. Primero viajé a París y Holanda, donde pronuncié conferencias en Leiden, La Haya y Amsterdam. Más tarde viajé a la Argentina, donde ya había estado antes tres veces, y allí me quedé, entre hermanos, hasta que, en 1942, fijé mi residencia en otro país fraternal y vecino colindante, Portugal. Allí escribí el trabajo Origen y epílogo de la Filosofía”, una reflexión hecha para que sirviese de epílogo a la Historia de la Filosofía” de mi querido discípulo Julián Marías.

Al término de la II Guerra Mundial, en 1945, regresé a España, pero en los diez años que tardaría en llegarme la muerte, mi actividad pública quedó reducida al mínimo dadas las circunstancias políticas españolas. En 1946 pronuncié un ciclo de conferencias en el Ateneo de Madrid y ese mismo año comenzaron a publicarse mis Obras Completas. Aunque se me permitió vivir en España, yo no me sentía a gusto en mi propio país, al que tanto amaba y por el que tanto luché. Apartado de mi Cátedra, en 1948, junto con un grupo de colaboradores y discípulos, fundé el Instituto de Humanidades, con lo que, de nuevo, volví a ejercer mi magisterio ante el público, "coram populo", fuera de las aulas universitarias y a invitar a "unos cuantos para trabajar en un rincón". Ante la falta de otros alicientes, a partir de 1950 viajé de nuevo a la Alemania de mi juventud, donde ese mismo año mantuve un debate filosófico con Martin Heidegger, en Baden Baden, sobre el hombre y su lenguaje. Continué mi trabajo sin descanso y, en 1955, regresé definitivamente a España. Me habían diagnosticado un de cáncer gástrico, y tras una operación sin esperanzas, encontré la muerte en Madrid el día 18 de octubre de 1955.

Varios datos podría aportar en relación con mi muerte, pero quiero reducirlos a tan sólo dos. El más revelador del significado filosófico y humano de mi desaparición del mundo visible, quizá fuera el hecho de que otro gran filósofo español, pero de vida y obras muy distintas de las mías, Xavier Zubiri, escribió uno de sus raros artículos periodísticos. Efectivamente, el mismo día 18 de octubre de 1955, Zubiri llamó al diario ABC para pedir que se le publicase una nota necrológica sobre mí. Precisamente él, a quien la prensa rogaba continuamente su colaboración sin recibirla nunca, pedía ahora recordar la muerte de quien él consideraba su maestro y compañero. Gracias Xavier. De este modo, el 19 de octubre de 1955 aparecía en ABC el artículo de Zubiri titulado "Ortega metafísico", en el que se celebraba mi obra con, entre otras expresiones, la siguiente: "En el bracear denodado con la verdad de la vida y de las cosas, Ortega nos enseñó “in vivo” la radicalidad con que han de librarse, cara a la verdad, las grandes batallas de la filosofía. Es lo que perennemente nos une a su espíritu con plena admiración, profundo respeto e íntimo cariño". Debo insistir: Muchas gracias, querido discípulo. El haber nacido en San Sebastián no influyó para nada en la claridad de tu mente. Recuérdame que siga agradeciédotelo cada 21 de Septiembre. El otro dato, creo carece por completo de importancia y utilidad: Obtuvieron una mascarilla funeraria de mi rostro. ¿Para qué? ¿Qué importancia puede tener esto?

En este breve bosquejo autobiográfico, creo conveniente insistir en cómo mi vida y mi obra fueron lo más opuesto que imaginar quepa a las de la caricatura habitual del filósofo -ejemplificada magistralmente en la figura de Tales-, quien, según cuenta Diógenes Laercio, cayó en un hoyo por mirar a las estrellas. No es éste mi caso, pues nadie me podrá acusar de que, por ensimismarme en mis reflexiones metafísicas, olvidase "la verdad de las cosas y de la vida" en las que siempre estuve inmerso. Justamente, mi caso es el contrario, de modo que mí filosofía y vida estuvieron tan íntimamente unidas que prácticamente fueron inseparables. Fui en este sentido un filósofo comprometido, en el sentido pleno que el término “comprometido” suele tener en la literatura filosófica existencialista. La multiplicidad de mis intereses intelectuales me llevó a emprender tal cantidad de empresas culturales, que sería imposible dar cuenta cabal de todas ellas. Incluso yo mismo, ya ni me acuerdo.

Una de las anécdotas, que hasta podría llegar a categoría, y desde luego uno de los hechos que más me complacieron, como la mejor prueba de la hondura con que caló mi pensamiento en los más diversos ámbitos de la sociedad española, la proporciona la confesión de un contertulio mío, que también se llamaba Ortega, el torero Domingo Ortega, quien llegó a confesar que, desde que me conoció y me escuchó, toreó mucho mejor. Y permitidme, queridos amigos, que traiga aquí una anécdota que se cuenta de este gran torero, de Domingo Ortega, y que muestra hasta qué punto calaron en él algunas de mis doctrinas filosóficas, y hasta qué punto las supo expresar aquel gran doctor en Tauromaquia, porque lo hizo en el lenguaje llano del hombre de la calle. Se cuenta que, Domingo, tuvo una tarde pésima en una corrida celebrada en La Coruña. La prensa gallega puso el grito en el cielo, acusando al maestro de haber ido a La Coruña, de tan lejos, para hacer faenas tan malas. Cuando el maestro leyó las críticas periodísticas a su labor, comentó a su cuadrilla, con una frase digna de mí: "Sevilla está donde está, lo que está lejos es esto". Quizás sea imposible una expresión más gráfica y exacta del perspectivismo que me movió y, a la vez, más alejada de cualquier tecnicismo filosófico.

De momento -para ustedes, claro, en su propia perspectiva y ya no en la mía- no tengo más que decir. Por ahora, por el momento. Aquí, en la Sacramental de San Isidro, también tomamos vacaciones y, aunque este año no hace tanto calor, ni aún nosotros los aquí residentes podemos librarnos, por la nefasta influencia de la moda que hasta aquí llega, de esa plaga de las estúpidas e irracionales “vacaciones de verano”. Eso sí, no saldremos de casa, porque preferimos seguir descansando en paz, en vez de complicarnos la muerte por esas carreteras y esos aeropuertos de Dios. Un cordial saludo, amigos, y hasta después del verano. Con todo mi afecto. José Ortega y Gasset

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