miércoles, 9 de julio de 2008

EL POR QUÉ DE MI VOCACIÓN FILOSÓFICA


Terminé el Bachillerato en el año 1897, e inicié mis estudios universitarios, primero en Deusto y después en Madrid. Tenía yo entonces 15 años. ¿Qué joven, verdad?. Y sin embargo fui testigo de un gran y triste acontecimiento histórico, un acontecimiento de suma transcendencia, que llevó a una generación de españoles a plantearse por primera vez el problema de España. Este acontecimiento fue la pérdida de los últimos restos del imperio colonial español. En 1898, por la Paz de París, que daba término a la guerra hispano-norteamericana, España tuvo que ceder, ante los jóvenes y potentes Estados Unidos de América (a los que en su día había ayudado a alcanzar su propia independencia), sus últimas posesiones coloniales: Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Este acontecimiento funcionó en España como un revulsivo de la conciencia nacional que llevó a las mentes más lúcidas del momento (Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Antonio Machado y, entre ellos yo mismo) a plantearse el problema de la decadencia física y moral de España. Fuimos llamados por la posteridad “la generación del 98”, porque aquel desastre centró nuestros esfuerzos intelectuales acerca de las causas y el diagnóstico de la enfermedad de España.

Por ello, dentro del espíritu de mi generación, fui tomando conciencia del problema de nuestra patria y formulé el diagnostico de que algunas regiones de España -lo que llamé “particularismos”- no sentían una inquietud común por los asuntos nacionales. Lo mismo que hoy. Mi diagnostico, según pienso, sigue vigente. Entonces, yo propuse “la regeneración de España”, que según mis cálculos de aquel momento tan sólo podía venir de la mano de una toma de conciencia entusiasta acerca de una misión nacional. Y, para que esta misión pudiera ser llevada a cabo con éxito, propuse la necesidad de la existencia de una elite intelectual –justamente lo contrario que se propone y estimula ahora- que, tomando lo mejor del mundo occidental, supiera "fomentar la organización de una minoría encargada de la educación política de las masas" (Esto lo escribí en la páina 302 del volúmen I de Vieja y nueva política”). De este modo mi pensamiento, siendo yo aún muy joven, venía a enlazar con el regeneracionismo y con uno de los aspectos del krausismo español. Aunque mis presupuestos filosóficos y los de los krausistas diferían notablemente en la realización política y cultural, ambos coincidían en varios puntos clave. En que la situación de la España de la época era muy negativa y por ello había de ser superada, y en que esta superación sólo podía realizarse recurriendo a la aclimatación a España del pensamiento europeo, y para ello era necesaria la existencia de grupos dirigentes que permitiesen la puesta al día de la cultura española. No se hizo así. Y, mucho me temo, que en este momento, pese a la aparente apertura a Europa y al europeismo, tal aproximación dista quizá más aún que entonces, porque a la “rebelión de las masas”, de la que tiempo después traté, ha vuelto a producirse con especial virulencia y esta vez además con el ingrediente del odio.

Afortunadamente para mí, ya no puedo verlo desde la Calle Montesquinza, que fue la última en que viví en Madrid, pero se remueven mis huesos, aquí dentro de la paz de la Sacramental de San Isidro, y los de mi propio padre, que está junto a mí, cada vez que hasta aquí llegan las noticias de los resultados electorales que se obtienen en España y la catadura intelectual de los individuos que la gobiernan. Ninguno de ellos hubiera superado un elemental exámen en la Universidad donde yo expliqué Metafísica y estoy seguro de que una buena parte de ellos, si no fuera por la estupidez colectiva del electorado español, se vería obligada a ejercer la noble profesión de carpintero. Mucho más noble y esforzada que esta otra de “político” que siempre eligen las mentes más oscuras. Tengo que volver a decir: “No es esto, no esto…”. José Ortega y Gasset


En la fotografía de arriba, puede verse a un grupo de los últimos soldados españoles en Cuba

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