jueves, 26 de noviembre de 2009

SOBRE MI "RAZÓN HISTÓRICA"

Mis queridos carpetobetónicos: Aparecí en este mi mayestático Blog, por última vez desde entonces, el día 17 de Febrero del corriente año, cuando presagiada unas largas vacaciones retrospectivamente, es decir, las que ya me había tomado sin salir de aquí, de la Sacramental de San Justo, en lugar de andar haciendo el idiota por ahí, por esas playas de moda, tan aburridas e insulsas.Y proyectaba quedarme tan tranquilo aquí durante otra buena temporada. No me seduce en absoluto nada de lo que anda por ahí suelto, en esta nuestra España, a la que yo quise tanto. Pero, he aquí que me llegó la noticia, por uno de esos pajaritos que revolotean por aquí los cipreses, de que uno de mis discípulos más fieles y aventajados, uno de los que mejor me han entendido, sin preumir para nada de ello, acababa de publigar en su Blog, que naturalmente no puede compararse con el mío, pero que me parece bastante más digno que la mayoría de los que suelen encontrarse por este "nuevo mundo" que habéis llamado la Informática, un magnífico ensayo filosófico en torno a una de mis últimas ideas, la de la razón histórica, que ningún lector podrá encontrar en ninguno de los nueve volúmenes de mis Obras Completas, las publicadas en el año 1961, en su Quinta edición. En consecuencia, este brillante discípulo mío ha prestado un enorme favor a cuantas personas puedan interesarse por lo que entonces dije a los bonaerenses y años más tarde a los lisboetas, y que ignoro hasta yo mismo si ha vuelto a tener alguna otra inquietud editorial. Por ello, voy a reproducir, íntegra y literalmente, a continuación el texto de dicho ensayo, culminado por una originalísima aportación personal de mi querido y desconocido (para mí y para el resto del mundo) discípulo. Como ya imaginarán todos ustedes, ya que anteriormente reproduje también en este mayestático Blog otro de sus ensayos -en aquella ocasión sobre "El anarquismo", se llama Luis Madrigal, y como también les advertí en aquella ocasión la dirección de su Blog es esta: http://www. luismadrigal.blospot,com/, donde asimismo pueden encontrar el referido ensayo. Por mi parte, ya no puedo hacer más por él. Asi es que si, pese a mi recomendación, no incrementa su número de lectores, es que decididamente tiene que dedicarse a ser cantante, periodista deportivo o del corazón, o a cualquier cosa de esas de tan baja condición intelectual. (excepto, por Dios nuestro Señor, "concursantede TV"). También puede fabricar, con mondas de naranja, pieles de plátano y algunas faltas de ortogarfía algún otro Blog, similar a tantos otros como esos insulsos y vacuos de toda idea, que reciben centenares de miles de lectores y casi otros tantos comentaristas, en cuanto publican cualquier insulsez. Buenas tardes, queridos carpetobetónicos. Siguen ustedes como siempre. Igual de brutos y con el mismo pésimo gusto. No obstante, reciban ni cortés saludo, y no dejen de leer el referido ensayo, que seguidamente reproduzco e inserto. Suyo, de todos ustedes, affmo y s.s., José Ortega y Gasset

I

"Entre los meses de Septiembre y Octubre del año 1940, pronunció Don José Ortega y Gasset, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, cinco lecciones sobre lo que él llamó "la razón histórica". He releido varias veces esas lecciones y siempre me ha parecido que la quinta de ellas (V), relativa a la cuestión de "qué es lo real", es la que puede explicar con especial profundidad aquello que efectiva y esencialmente lo es. Naturalmente, en lo que al ser humano atañe y se refiere. Y esta explicación, rigurosamente orteguiana y, como tal, inserta coherentemente en su sistema de pensamiento, podría sintetizarse en que, esencialmente, el hombre es el ser del "haber sido".

Pese a que pueda parecer un "trabalenguas", o algo enrevesado, la cuestión es muy sencilla: Cuando observamos lo que nos rodea, podemos ver dos cosas: La piedra -que "está ahí"- pero que también puede ser desplazada a otro lugar. Por tanto, no sólo está la piedra, sino también el movimiento. Y ambos, piedra y movimiento, son igualmente reales. Ahora bien, el cambio, el movimiento, es fácil de observar pero muy difícil de pensar. Por tanto -continúa Ortega- si digo: "esto, es", al pensar algo con movimiento, con posibilidad de cambio, me estoy contradiciendo, puesto que tengo que decir que "A", es al mismo tiempo "no A". En consecuencia, tengo que deshacer el primer pensamiento, borrarlo, des-pensarlo, tenerlo como no pensado. Y esto, es sumamente difícil, porque cada cosa, cada situación -cada sentimiento, me permito añadir yo- es variación, pero (vuelvo a Ortega) "su variación no varía". El ejemplo que propone el brillantísimo y gran maestro, sin duda es exacto: "El astro se mueve, pero su movimiento es uniforme". Esta ley invariable de las variaciones; ese ser estable que tiene lo inestable; ese ser idéntico que parece descubrirse detrás de lo contradictorio, ese ser, es la physis, la substancia o naturaleza de una cosa. Pero, la esencia física no es un conocimiento de la propia realidad. La teoría del conocer, la inteligencia, lo que pensamos, no es nunca la realidad, porque lo que pensamos es lógico y la realidad es ilógica. Por otra parte, cuando se trata de realidades que no son corpóreas, el ver será incorpóreo, no sensorial.

Es preciso, pues, conocer utilizando el mecanismo que los viejos lógicos llamaban el "modo ponendo tollens" (o el modo que "quito poniendo"), el modo que, al mismo tiempo que enunciamos algo, retiramos lo enunciado. En aquella ocasión, Ortega se encontraba hablando, como ya he dicho, en Buenos Aires y, literalmente, dijo aquello de que "como homenaje a esta Ciudad", había decidido denominar a su teoría del conocimiento, a su teoría noseológica, como la del "hasta por ahí no más", puesto que esta expresión, este castizo argentinismo, le parecía la manera perfecta de expresar el "modo ponendo tollens", que quito poniendo, que pongo quitando, para conocer la realidad. Pretendía construir así una Ontología no eleática -puesto que lo real es lo no idéntico, esto es, puro acontecer, movilidad, flujo- del mismo modo que Einstein había creado una Física no arquimédica ni euclidiana.

La realidad radical, es la vida, que nos es dada, pero no hecha y que, por tanto, es quehacer y antes programa, toda vez que, previamente a hacer algo, es preciso proyectar, programar, aquello que se va a hacer. Sin embargo, al mismo tiempo, la vida no sólo "es", sino también "des-es"; está pasando y aconteciendo en un flujo continuo. Cada hombre, es hoy lo que es, precisamente porque ayer fue otra cosa. En consecuencia, la vida es pasar y, por tanto, "des-ser". Si Heidegger había dicho que el hombre es "pastor del ser", Ortega rectifica ligeramente la órbita, o la perspectiva, afirmando que es un "peregrino del ser", algo o alguien que va siendo y des-siendo. Eso es vivir, eso es la vida. Y por ello, el ser humano no tiene naturaleza, lo que tiene es historia, que no es otra cosa sino movilidad y cambio. Por lo tanto, la razón pura, eleática, naturalista, jamás podrá entender al hombre. El hombre de hoy, lo es porque ayer fue otra cosa. Y esta razón narrativa, es "la razón histórica".


II

Así, pues, se es y se des-es. Desde luego, la vida, fundamentalmente, podría decirse primígenamente, consiste -creo yo con toda humildad, por mi propia cuenta- del modo más positivo y edificante, en ser, pero necesariamente también ha de fijar su contenido, por unas razones u otras, en des-ser lo que se ha sido, según ha quedado sentado anteriormente. No es esto lo mismo, por mucho que lo parezca, que "no ser". Esto último, constituye una posición y una actitud nihilista, frustrante y aniquiladora; incapacitante, inhabilitante y radicalmente vacía -la antítesis del ser- que encierra todo lo que dejo de ser, para "ser nada". ¡Nada...! ¿Puede esto caber, y ser comprendido, en cabeza alguna?. En este "no ser", cabe incluir también (como ya otras veces he dicho en este mismo humilde Blog) el olvido, que convierte, o disuelve, en nada lo que se ha sido y, cuando es absoluto, produce el mismo efecto que el no haber sido nunca. Tanto el no-ser como el olvido, son la nada, si capaces fuesemos de encerrar en nuestro entendimiento este horrible concepto, radical y absolutamente vacío de todo ser. Nada. Sería -y por desgracia es, demasiadas veces- como no nacer, como no haber nacido, y equivaldría a arrastrarse por las calles como un "bulto" antropomórfico, que, por haber renunciado a ser, tampoco puede existir. Ni tan siquiera llega a alcanzar la naturaleza y condición de "cosa", porque las cosas ni son ni existen. Simplemente, "están ahí", ocupando la posición y entidad sin vida del "dasein" heideggueriano.

El no-ser, creo yo, se produce casi siempre de un modo "automático" y, por tanto, imperceptible, sin que quien lo abraza, o más bien lo sufre, al ser invadido por tan absoluto vacío, pueda experimentar sensación dolorosa alguna, sino quizá, muy por el contrario, hasta se sienta alegre y contento de arrastrar su vida animal, vegetalizada, opaca, insípida, monótona, monocorde y monocolor. Creo que fue también Ortega, no estoy seguro, quién dijo que "el imbecil es feliz sobre la tierra". Y decía también -esto seguro- una de mis hermanas, a quien recuerdo diariamente, que circulaban sueltos por ahí algunas, o muchas, personas que no podían ser otra cosa sino "madera bautizada". Quizá el dicho podría resultar hasta blasfemo o sacrílego, pero puede que tampoco sea así, puesto que es principio teológico, firme e inconmovible, el de que la gracia de Dios, que se recibe en el sacramento del bautismo, descansa y se apoya sobre la naturaleza, a la que no puede anular, ni sustituir, ni ignorar, ni suplantar y, en consecuencia, desde este punto de vista dogmático, resulta admisible pensar que hasta "la madera" puede recibir la gracia de Dios, del mismo modo que Él puede hacer "hasta de las piedras, hijos de Abrahám". En esta perspectiva, cabe también aceptar que hasta algunos santos, humanamente, han sido "retrasados mentales", como yo mismo oí decir una vez de un tal "San Dositeo", el cual era tan torpe y tan desastroso en todas sus acciones que el Padre Superior del Convento -parece ser se trataba de un religioso mendicante- le prohibió hacer absolutamente nada sin su previo y paternal consentimiento. Enfermó San Dositeo, en ausencioa de su Superior, y enfermó tan grave y rápidamente que los médicos no podían explicarse el por qué no se moría. Cuando regresó el Padre Superior, y fue conducido a la celda del moribundo, éste exclamó: "Reverendo Padre, me da su paternal permiso para morirme?. El Superior movió afirmativamente la cabeza, y San Dositeo expiró. Este "no ser", el de "San Dositeo", no sirve como ejemplo, puesto que es el no-ser más grande y absoluto que un humano puede alcanzar, el de "no ser" para que sea Otro, el único que Es. Es el de San Pablo cuando decía. "Ya no soy yo quién vive, sino Cristo quién vive en mí". Naturalmente, esto no lo dijo Ortega, aunque yo creo que lo pensó, y si no que se lo hubiesen preguntado al Padre agustino Félix García, con el que se confesó aquella gran lumbrera antes de morir.

Pero, muy en general, este tipo de "anti-esencia" puede comprobarse en la vida, extra muros de todo lugar contemplativo. Y en este especifico sentido, que es el caso mayoritario, sucede lo contrario de lo ocurrido con aquel humilde fraile -que "no moría, vivo"- sino que se "vive muerto" permanentemente. Eso sí, sin permiso de nadie. El des-ser, en cambio, de alguna manera, o de muchas, está vinculado de modo más reflexivo y consciente a la inteligencia y voluntad humanas. Y en este sentido, cabe apreciar un matiz voluntario, o electivo (quiero des-ser lo que he sido) o, por el contrario y lastimosamente, necesario o forzoso (no quiero des-ser nada de lo que he sido, pero me veo obligado, forzado, a hacerlo). Cuando dejo de ser lo que he sido porque quiero, porque ya no encuentro razón o aliciente alguno para ello, apenas tampoco si me doy cuenta de lo que dejo o voy dejando de ser y, por supuesto, tampoco experimento el más mínimo dolor, sino acaso al contrario, un gran alivio. Pero, cuando forzosamente necesito dejar de ser lo que de algún modo fui, por débil o incipiente hubiera sido ello -aun cuando tan sólo pudiera tratarse de un mera ilusión o de un proyecto irrealizable- como también advierte Ortega en otro pasaje de su pensamiento, entonces, "me dilacero, me escindo en dos": El que fui, porque quise ser y el que ya no soy porque no puedo, ni depende de mí seguir siendo, pese a que me colmaría de alegría y de dicha poder hacerlo. Y esto, es sumamente doloroso, y quizá por ello decía Heidegger que la vida (más que programa y quehacer, como piensa Ortega) es "angustia". Ciertamenmte, lo es, pero -replicaba el propio Ortega- demás de angustia, es empresa, siempre es tarea, porque, para que yo sufra, es preciso que siga viviendo. Si abandono la vida, la angustia deja de ser. Mas, si continuo viviendo, es porque acepto esa dolorosa tarea, la de dejar de ser lo que he sido, cuando esto se me impone, sin olvidarme por eso de ello, sino contemplando el vacío y el sufrimiento. Si se quiere, me parece a mí, es una forma de ser, des-siendo.

Lo que, en síntesis, al fin sucede es que, entre tanto, es necesario pararse, reposar un cierto tiempo; fortalecer mediante una higiénica gimnasia mental ese músculo inmisericorde que es el cerebro, dentro del cual se encuentra el pensamiento, y la imaginación, "la loca de la casa", que tanto puede hacer sufrir. Pero comienza la modernísima Bioneurología a plantearse la gran noticia de que no así el alma, que sería extra-cerebral. Es una gran noticia, mucho más grande que la conquista de los planetas y las galaxias, no sólo -lo cual ya es eternamente inmenso- por abrir directamente el camino hacia Dios, sino porque, si bien en el cerebro se alojan todos los recuerdos, los cuales pueden ser dolorosos, ante el programa frustrado (de lo que no pudo convertirse en quehacer), en el alma tan sólo reside el amor, y este siempre es benigno, porque nada reclama para sí, sino todo para el ser querido, para aquellos a quienes entregamos un día nuestro amor. Ello, a su vez, es indispensable mientras voy des-siendo lo que fui, con el auxilio instrumental, y hasta tosco si se quiere, de ciertos "trucos" a los que recurro; de algunas pobres "industrias humanas", en las que me ejercito; de habilidades terapeúticas, capaces de permitirme seguir viviendo, mientras voy des-siendo, de forma que, tras la hecatombe de la desilusión y el apasionamiento, muerto y sepultado, pueda quedar en pie algo de mí.

Personalmente -no me estoy refiriendo a ningún juego diletante- yo he permanecido por completo ausente de este humilde Blog -en el que, más que con nadie, trato de hablar conmigo mismo- durante exactamente quince días completos y algunas horas más. Sin duda, no son muchos para des-ser lo que he sido durante casi dos años, cuando aquella celestial melodía, llena de ángelicos matices, se inflamó al cruzar el inmenso Mar y depositó sobre mis cenizas un nuevo aliento de vida. Pero, tal vez, sí son suficientes para encontrar el reposo -el repos- que buscaba Descartes, cuando escribió el "Tratado de las pasiones", porque ese reposo cartesiano es y consiste en el desapasionamiento metódico, que conduce nada menos que a la divina morada en la que todos "nos movemos, vivimos y somos", y que encuentra en la afirmación de San Pablo el más sublime y transoceánico sentido." Luis Madrigal.-


martes, 17 de marzo de 2009

¡QUÉ LARGAS VACACIONES...!


Queridos carpetobetónicos de mi ánima: Me despedía de vosotros en Julio del pasado año, advirtiéndoos que aquí, en la Sacramental de San Isidro, aunque también se notaría el calor, no se estaba nada mal, sino incluso bastante mejor que por esas playas, entre el hacinamiento y el bostezo, y sobre todo entre esas señoras en bañador, que ni ellas mismas pueden saber cómo "embutirse" en semejante prenda de playa o de piscina. Y, por ello, no quería yo "complicarme la muerte", como tantos pollos, y no tan pollos, como hoy en día se lanzan por esas carreteras a centenares de kilómetros por hora, para venir aquí, a la Sacramental, antes de tiempo. Nosotros, no. Descansamos todos en paz, gracias a ese Dios, del que tal vez yo dudé en alguna ocasión, pero que ahora veo resplanceciente, como contemplo, desde lo más alto, lo que algunos creen es mi residencia actual, mi "apartamento". Pero, nada de eso. Absolutamente nada. Dios, no existe, pero es. Y, desde luego, puedo garantizar que nunca ha sido ni Maradona, ni Ronaldinho, ni ahora Messi, ni ningún otro bruto de esos que dan patadas. Sino, sin bien alguna vez se ha dicho de Él que "era el que era", últimamente, definitiva y concluyentemente, no es otra cosa, otra substancia, sino el Amor y el Bien, todo el Bien y el único Bien, como ya dijo aquel pobrecillo de Asís, que también está aquí conmigo, y con el que suelo charlar algunas tardes. Yo, siempre le digo: "Pero, Francisco -a veces se me escapa el "Paco", que de él viene, "Pater Comunitatis" = "Pa. Co.", y de ahí, a su vez, abreviadamente, "Paco"- ¿cómo pudiste pensar o creer que un lobo era como un hombre?". Y él, tan seráfico y humilde como siempre, me dice: "Pero, Don José, si casi todos los hombres son como lobos". Y tiene mucha razón, ya lo creo.

Bien. Lo que yo quería deciros es que, muy pronto, antes desde luego de que vuelvan los grandes calores, proyecto seguir hablándoos de la cosas que pensé, escribí y dije en mis numerosas conferencias, congresos y foros, y de tantas cosas como hice mientras estuve a vuestro lado, tanto aquí, en el Majoritum, en la Mantua Carpetana, como después en Alemania, y nuevamente en Madrid, hasta que tuve que irme por esos mundos... Sobre todo, os contaré cosas de la Argentina, ese maravillosos país, donde me trataron como lo que éramos, como hermanos. Copiad vosotros, celtibéricos, hoy, de ellos, en relación con los argentinos que han llegado hasta nosotros, porque España está en deuda con aquella gran nación hermana. ¡Que ninguno de ellos tenga que decir a nadie, y menos si decide regrasar allí, que le habéis tratado "a patadas", como si hubieseis perdido la memoria de lo que ellos hicieron siempre por cuantos españoles llegaron hasta las aguas del "mar dulce".

Todavía no sé muy bien qué voy a contaros, aunque sí tengo varias ideas. Tendré que planificar el método, porque, como bien sabéis -lo sabéis algunos, bastante pocos, porque la mayor parte sois futbolistas o aficionados al futbol- ante cualquier cosa o concepto que uno se proponga transmitir a los demás, es preciso establecer el método y el plan más adecuados. Posiblemente, esta vez lo consultaré con Tomás, ya que los dos tuvimos el mismo maestro, y además, en cuestiones de método, no hay nadie como él. Ni siquiera Agustín... Así, pues, voy a pensarlo, porque yo todo lo pienso. Ya dijo de mí aquel Indalecio, que tenía nombre de gañán, como casi todos los de su pandilla, pero que no era de los peores, que yo era "la masa encefálica". ¡Menudos brutos, aquellos!. Aunque desde luego, mucho menos que "estos" de ahora., que jamás han leído un libro, ni mío ni de nadie, sólo los "Apuntes de la Escuela de Verano". Por eso dicen las burradas que dicen... Pero, en fin, para establecer mi "método y plan", esta vez, no voy a consultar con René, al que veo muy de tarde en tarde, y menos con Francois Marie o con Friedrich, que a esos no los he visto nunca por aquí, aunque me ha dicho von Balthasar -Hans Urs, sí, el suizo- que "abajo", lo que se dice "abajo", en las Calderas, no hay nadie... Yo, desde luego, creo que siempre estuve lejos de ellas, porque, por encima de todo, antes que un filósofo sabio, fui una buena persona, y con eso basta... Pero, en cualquier caso, el Padre Félix García, que también era de la escuela de Agustín, era un hombre muy inteligente y un verdadero santo... ¡Qué me lo digan a mí! Y ahora ya sé muy bien -método empírico- que la Misericordia de Dios, es infinita...

Buenas noches, carpetobetónicos de mi ánima. De momento, para que nadie pueda decir que la Filosofía es aburrida, os dejo un libro sobre Platón. Pero, no os preocupéis.. es de humor.
Podéis verlo arriba, no tan arriba como estoy yo ahora, pero sí arriba de este hermoso texto. Lo he escrito yo. José Ortega y Gasset

martes, 28 de octubre de 2008

EL ANARQUISMO


Queridos amigos: Con la autoridad que me carateriza, quiero ofrecerles el último ensayo de uno de mis más preclaros discípulos y anotadores post-mortem. Post-mortem mía, naturalmente, porque él continúa vivo. Lean, lean, queridos carpetobetónicos de mi ánima. Vean lo bien que escribe este discípulo mío. Como ustedes verán, ha asimilado muchas de mis preclaras ideas, pero las más brillantes son exclusivamente suyas. Se llama Luis Madrigal. y yo les sugiero que no dejen de visitar su Blog: htpp://www.luismadrigal.blogsspot.com/. Atentamente suyo, José Ortega y Gasset


Hay una sede íntima, en lo más profundo de nuestro ser, que -con independencia de otros valores, algunos desde luego absolutos y radicalmente prioritarios- nos impulsa de modo irresistible a pronunciar una palabra, a gritarla a los cuatro vientos, antes que ninguna otra palabra; antes que nada y que ninguna otra cosa. Esa palabra, y en especial el concepto que encierra, es “yo”. Ese “yo”, indudablemente, puede ser escrito con mayúscula -“Yo”- cuando se hace partícipe de una entidad, o de una substancia ontológica transcendente, pero, aquí abajo, a ras de suelo, reclama lo que en principio es estricta y sólamente suyo. En ello radica, nada menos que el fundamento mismo de todo derecho subjetivo, el cual, antes de consistir en exigir algo a alguien, consiste en excluir de mí a todo aquello, y desde luego a todos aquéllos, que “no son yo”. Cuando el “yo” individual, o personal, por tendencia inherente a la propia existencia, se ve obligado a penetrar en el mundo de la inter-relación con otros “yo”, surge uno de los más graves problemas, quizá la primera gran tragedia humana, aún pendiente de resolver, el de la pugna -de cooperación o de conflicto- entre mi “yo” y el de los otros y, en consecuencia, surgen también las actitudes de renuncia, altruismo y solidaridad, o bien las de afirmación, egoísmo e individualismo.


Lamentablemente, ningún “yo” puede por sí mismo y por sí solo fabricar la vida y, más o menos de modo casi similar, tampoco puede resolverla, solucionarla, porque eso que llamamos “vivir”, no es tanto una realidad biológica, como un enorme e interminable repertorio de necesidades, sin cuya solución nadie puede hacerlo. Ni aun dentro de un ya trasnochado e inviable primitivismo aislacionista, por vocación o por circunstancia, al modo de Robinson Crusoe, que no deja de ser más que un mero producto de literatura, por ciertos y reales que hubieran sido los naufragios del marino escocés Alexander Selkirk y del Capitan de la Marina española Pedro Serrano, en los cuales se inspiró Daniel Defoe para escribir aquella historia, y porque nos encontramos ya excesivamente lejos, nada menos, en este preciso momento, que a doscientos ochenta y nueve años, de 1719, cuando aquélla se escribió. Mi “yo”, desde que se instala -es decir, desde que es instalado- en la existencia, ineludiblemente depende y se halla condicionado a y por otros “yo”, sin cuya presencia y aportación a eso que llamamos “la sociedad” -salvo inviabilidad de esta misma- se hace imprescindible. Nadie puede ser ya autárquico y, en consecuencia, nadie puede prescindir de la convivencia social. Ello es una gran suerte y, al mismo tiempo, una terrible desgracia, quizá la mayor de cuántas acechan al ser humano. Lo es, porque, para que la vida humana en convivencia en principio sea posible, también es necesario eso que se llama la Autoridad. En efecto, ha de escribirse con mayúscula tan sólo cuando algún título, de entre los axiológicamente aceptables, es capaz de legitimar el poder material, la mera capacidad de hecho para suscitar la obediencia de cada “yo”. Pero, aún así, cuando el poder inicialmente se legitima en Autoridad, de un modo más o menos aparente en la mayor parte de los casos, y tan sólo de manera verdadera y propiamente legítima en unos pocos, surge y en ocasiones se manifiesta virulentamente la cuestión capital: ¿La Autoridad, o mi “yo”? A la hora de responder a esta pregunta, es también cuando el binomio libertad-autoridad, cobra y despliega su conflictividad más acusada. ¿Por qué ha de prevalecer la autoridad (que no es de nadie, o es de muchos) sobre mi libertad, que solamente es mía? Quizá, o más bien sin duda, no siempre debe ser así, porque, en primer término, como ya he dicho, a veces la autoridad no es tal, ya por haberse obtenido con torpes artimañas y engaños, o incluso porque a quien la ostenta le sobrevino “de chiripa”, más o menos como a quien le toca una cacerola o un lote de papel higiénico en una tómbola de feria. Bien, en segundo lugar, porque, en el caso contrario, no basta que haya sido legitimada en su origen, sino que, su legitimidad, requiere un constante ejercicio igualmente legítimo, que únicamente se produce cuando tal ejercicio se acomoda al “deber ser” o, si se quiere, para no incurrir en lo que Ortega llamó “éticas mágicas”, a lo que objetiva y perceptiblemente resulta, en la apreciación mayoritaria, cierta y real, el bienestar de todos, de cada “yo”, o de la mayor parte de ellos. Sólo entonces, es admisible que la autoridad pueda primar sobre la libertad individual.


Mas, cuando no es así, cuando la autoridad se exhibe como un trofeo de caza, obtenido en las urnas -¡y vaya de qué modo, en ocasiones- cuando “se blande”, como una espada, sobre las cabezas de los “yo” a ella teórica y dramáticamente sometidos, sin más sólidas razones que las puramente formales, y hasta formalistas, incluso en medio de la mayor y más absoluta incompetencia e incapacidad de quién la ejerce, entonces surge el drama del “fracaso de la autoridad” y, entonces también, cabe una fórmula que ya no es precisamente “mágica”, ni taumatúrgica, sino sencillamente posible y que, es, nada más y nada menos, que la de sustituir la autoridad por la responsabilidad individual. Mi “yo”, no necesita de ningún poder coercitivo, inicialmente no legítimado o posteriormente devenido en ilegítimo, por malvado, por inútil e ineficaz o por ambas cosas. Este “yo”, es capaz de remplazar a ese poder con su propia recta conducta en todos los órdenes. Y esto, precisamente esto y solamente esto, es el anarquismo, el verdadero, el único capaz de conducir al todo -en el que concurren todos los “yo”- al fin natural que la propia Naturaleza reclama, el bienestar común y la felicidad humana en la Ciudad terrestre. El anarquismo, así pues, no consiste en “poner bombas” y causar daños. Esto es, simplemente, terrorismo.


Desde luego, puede haber muchas clases, categorías o formas de anarquismo, pero el que acabo de apuntar no es, desde luego, el anarquismo de Mijaíl Bakunin, el filóso idealista influenciado por Kant y después por Proudhom y Kropotkin, sino, más bien, el anarquismo de Sir Thomas More, llamado en español (siguiendo esa necia costumbre de intentar traducirlo todo) Tomás Moro, aquel gran hombre, miembro del Parlamento britanico, Juez y Sub-Prefecto de la ciudad de Londres y, finalmente, Lord Canciller de Enrique VIII, que se negó a acatar la Autoridad, en ejercico de su conciencia y libertad, rectamente formadas, y que, pese a ser encerrado en la Torre de Londres durante un año, murió decapitado, el 6 de Julio de 1535, en aras de aquella misma libertad. Ya en el potro, pronunció con serenidad y valor aquellas rotundas palabras: “The King´s good servant, but God´s first” : “Soy buen servidor del Rey, pero primero de Dios”. Por ello, fue beatificado en 1886 por el Papa León XIII, proclamado santo, con la advocación de Santo Tomás Moro, Mártir, el 19 de Mayo de 1935 por el Papa Pío XI y, finalmente, declarado patrono de los políticos y los gobernates por Juan Pablo II, en 1985. Este anarquismo, es el reflejado en su obra universal “Utopía”, que también puede ser un producto literario, ya que su mismo autor sugiere o insinúa la incredulidad en su existencia: Amauroto (o “sin muros”), es la capital de la comunidad que describe, está regada por el río Anhidro (o “sin agua”) y regida por Ademo (“sin pueblo”), por lo que Utopía, realmente significa “No hay tal lugar”, como tradujo al castellano Don Francisco de Quevedo. Una Ciudad en la que todos viven en casas iguales, trabajan por periodos en el campo, disfrutan de la propiedad común de los bienes, no hacen la guerra y dedican su tiempo libre a la lectura y al arte. Por ello, desde entonces se ha utilizado el término “utopía”, tanto para hacer referencia a obras de ficción, idealistas o incluso prácticas, como a las experiencias fundadas en tales ideas. Y así, se habla de utopías económicas, políticas o religiosas. Últimamente, hasta se hace referencia a la “utopía ecologista”.


Por ello, es conveniente aclarar de una vez por todas, que una “utopía”, no es , ni mucho menos, “un ideal irrealizable”, esto es, imposible de realizar, sino, más bien, “un ideal que nunca se realiza”, lo cual no es lo mismo. Mientas hay utopia, hay lucha por el ideal. Pero, si ni tan siquiera queda la utopía, ¿qué puede quedarnos?. Por eso, la utopía del Cristianismo, al menos, ha tenido siempre bien claro, y así lo ha enseñado y proclamado al mundo, que el Paraíso prometido por Dios, no está en la tierrra. Y por ello, el anhelo de todo cristiano, ha de estar siempre fundado en la Esperanza, de que un día, al fin, se consumará la Historía y comenzará la Meta-Historia, que es lo mismo que el Reino de Dios, sólo que este último, aunque no se realice en ella, comienza en la tierra. Luis Madrigal.-


Arriba, Sir Thomás More (Santo Tomás Moro, Martir), retrato pintado en 1527 por Hans Holbein, el Joven. Tomás Moro, fue también íntimo amigo de Erasmo de Rotterdam, quien le inspiró su obra cumbre, "Utopía"

lunes, 14 de julio de 2008

MI AUTOEXILIO, FUERA Y DENTRO DE ESPAÑA


En el mes de Julio de 1936, la guerra civil española provocó mi autoexilio y el comienzo para mí de una etapa de desazón vital que me llevó a vagar por el mundo. Primero viajé a París y Holanda, donde pronuncié conferencias en Leiden, La Haya y Amsterdam. Más tarde viajé a la Argentina, donde ya había estado antes tres veces, y allí me quedé, entre hermanos, hasta que, en 1942, fijé mi residencia en otro país fraternal y vecino colindante, Portugal. Allí escribí el trabajo Origen y epílogo de la Filosofía”, una reflexión hecha para que sirviese de epílogo a la Historia de la Filosofía” de mi querido discípulo Julián Marías.

Al término de la II Guerra Mundial, en 1945, regresé a España, pero en los diez años que tardaría en llegarme la muerte, mi actividad pública quedó reducida al mínimo dadas las circunstancias políticas españolas. En 1946 pronuncié un ciclo de conferencias en el Ateneo de Madrid y ese mismo año comenzaron a publicarse mis Obras Completas. Aunque se me permitió vivir en España, yo no me sentía a gusto en mi propio país, al que tanto amaba y por el que tanto luché. Apartado de mi Cátedra, en 1948, junto con un grupo de colaboradores y discípulos, fundé el Instituto de Humanidades, con lo que, de nuevo, volví a ejercer mi magisterio ante el público, "coram populo", fuera de las aulas universitarias y a invitar a "unos cuantos para trabajar en un rincón". Ante la falta de otros alicientes, a partir de 1950 viajé de nuevo a la Alemania de mi juventud, donde ese mismo año mantuve un debate filosófico con Martin Heidegger, en Baden Baden, sobre el hombre y su lenguaje. Continué mi trabajo sin descanso y, en 1955, regresé definitivamente a España. Me habían diagnosticado un de cáncer gástrico, y tras una operación sin esperanzas, encontré la muerte en Madrid el día 18 de octubre de 1955.

Varios datos podría aportar en relación con mi muerte, pero quiero reducirlos a tan sólo dos. El más revelador del significado filosófico y humano de mi desaparición del mundo visible, quizá fuera el hecho de que otro gran filósofo español, pero de vida y obras muy distintas de las mías, Xavier Zubiri, escribió uno de sus raros artículos periodísticos. Efectivamente, el mismo día 18 de octubre de 1955, Zubiri llamó al diario ABC para pedir que se le publicase una nota necrológica sobre mí. Precisamente él, a quien la prensa rogaba continuamente su colaboración sin recibirla nunca, pedía ahora recordar la muerte de quien él consideraba su maestro y compañero. Gracias Xavier. De este modo, el 19 de octubre de 1955 aparecía en ABC el artículo de Zubiri titulado "Ortega metafísico", en el que se celebraba mi obra con, entre otras expresiones, la siguiente: "En el bracear denodado con la verdad de la vida y de las cosas, Ortega nos enseñó “in vivo” la radicalidad con que han de librarse, cara a la verdad, las grandes batallas de la filosofía. Es lo que perennemente nos une a su espíritu con plena admiración, profundo respeto e íntimo cariño". Debo insistir: Muchas gracias, querido discípulo. El haber nacido en San Sebastián no influyó para nada en la claridad de tu mente. Recuérdame que siga agradeciédotelo cada 21 de Septiembre. El otro dato, creo carece por completo de importancia y utilidad: Obtuvieron una mascarilla funeraria de mi rostro. ¿Para qué? ¿Qué importancia puede tener esto?

En este breve bosquejo autobiográfico, creo conveniente insistir en cómo mi vida y mi obra fueron lo más opuesto que imaginar quepa a las de la caricatura habitual del filósofo -ejemplificada magistralmente en la figura de Tales-, quien, según cuenta Diógenes Laercio, cayó en un hoyo por mirar a las estrellas. No es éste mi caso, pues nadie me podrá acusar de que, por ensimismarme en mis reflexiones metafísicas, olvidase "la verdad de las cosas y de la vida" en las que siempre estuve inmerso. Justamente, mi caso es el contrario, de modo que mí filosofía y vida estuvieron tan íntimamente unidas que prácticamente fueron inseparables. Fui en este sentido un filósofo comprometido, en el sentido pleno que el término “comprometido” suele tener en la literatura filosófica existencialista. La multiplicidad de mis intereses intelectuales me llevó a emprender tal cantidad de empresas culturales, que sería imposible dar cuenta cabal de todas ellas. Incluso yo mismo, ya ni me acuerdo.

Una de las anécdotas, que hasta podría llegar a categoría, y desde luego uno de los hechos que más me complacieron, como la mejor prueba de la hondura con que caló mi pensamiento en los más diversos ámbitos de la sociedad española, la proporciona la confesión de un contertulio mío, que también se llamaba Ortega, el torero Domingo Ortega, quien llegó a confesar que, desde que me conoció y me escuchó, toreó mucho mejor. Y permitidme, queridos amigos, que traiga aquí una anécdota que se cuenta de este gran torero, de Domingo Ortega, y que muestra hasta qué punto calaron en él algunas de mis doctrinas filosóficas, y hasta qué punto las supo expresar aquel gran doctor en Tauromaquia, porque lo hizo en el lenguaje llano del hombre de la calle. Se cuenta que, Domingo, tuvo una tarde pésima en una corrida celebrada en La Coruña. La prensa gallega puso el grito en el cielo, acusando al maestro de haber ido a La Coruña, de tan lejos, para hacer faenas tan malas. Cuando el maestro leyó las críticas periodísticas a su labor, comentó a su cuadrilla, con una frase digna de mí: "Sevilla está donde está, lo que está lejos es esto". Quizás sea imposible una expresión más gráfica y exacta del perspectivismo que me movió y, a la vez, más alejada de cualquier tecnicismo filosófico.

De momento -para ustedes, claro, en su propia perspectiva y ya no en la mía- no tengo más que decir. Por ahora, por el momento. Aquí, en la Sacramental de San Isidro, también tomamos vacaciones y, aunque este año no hace tanto calor, ni aún nosotros los aquí residentes podemos librarnos, por la nefasta influencia de la moda que hasta aquí llega, de esa plaga de las estúpidas e irracionales “vacaciones de verano”. Eso sí, no saldremos de casa, porque preferimos seguir descansando en paz, en vez de complicarnos la muerte por esas carreteras y esos aeropuertos de Dios. Un cordial saludo, amigos, y hasta después del verano. Con todo mi afecto. José Ortega y Gasset

viernes, 11 de julio de 2008

MI VIDA PÚBLICA


Hasta 1910 mi vida permaneció en el ámbito de la esfera privada. A partir de ese momento, comenzó mi vida pública, que hube de distribuir entre la docencia universitaria y mis actividades extra-académicas, culturales y políticas. Debo decir también que, antes de entergarme en cuerpo y alma a mi Cátedra de Metafísica en el viejo Caserón de San Bernardo, disfruté de una segunda pero esta vez breve estancia en Alemania. Pero mis inquietudes políticas afloraron pronto en mí, y en 1914 fundé la Liga de Educación Política Española, con la que intenté llevar a la práctica mis proyectos regeneracionistas desde posiciones democráticas. Ese mismo año publiqué Meditaciones del Quijote, mi primer libro. En 1916, fuí cofundador del diario El Sol, y en 1923, justamente el año del comienzo de la dictadura del general Primo de Rivera, fundé y dirigí la Revista de Occidente.

Mi enfrentamiento doctrinal con la política de la Dictadura me condujo, en 1929, a dimitir de mi Cátedra universitaria y a continuar mis clases en la "profanidad de un teatro", clases que más tarde se publicaron bajo el título de ¿Qué es filosofía?”. De esta manera, forzado por las circunstancias, me convertí en uno de los primeros filósofos españoles que impartió su filosofía ante el gran público. La crítica dijo después de mí que, para esta tarea, era yo quizá el filósofo más indicado, pues en mí se daban parejas las dotes de un gran filósofo y la capacidad de hacer asequible la filosofía a cualquier hombre culto. En cuanto a lo de “gran filósofo”, creo que no todos pensaban lo mismo. Incluso ha habido gentes, ciertamente de muy escaso cerebro que llegaron a decir que yo no era un filósofo porque “carecía de sistema”. No es por nada, pero qué sabrían tales gentes lo que es un sistema filosófico.

En 1930, coincidiendo con la "dictablanda" del general Berenguer, escribí contra él el que se hizo famoso artículo titulado "El error Berenguer", y que terminaba con la no menos famosa frase "¡Delenda est Monarchia!". Bueno, en realidad, debo confesarlo ahora desde mi tumba, con independencia de aquel craso error, contribuyó sin duda a la inspiración de la citada última frase, lo que me dijo aquel cretino del Rey Alfonso XIII. Tras preguntarme, en una audiencia, “¿y usted que hace”, a lo que yo contesté, “explico Metafísica”, aquel regio indocumentado, tuvo la ignorante desvergüenza de inquerir de nuevo: “Y eso, ¿qué es?” . Aquel mismo día comenzó a fraguarse en mi mente lo del "Delenda est Monarchia”. Recuperé mi Cátedra y mi participación en la política activa, desde entonces, fue en aumento, hasta el punto de convertirse en el centro de un grupo de intelectuales que propugnamos el advenimiento de la II República Española. Así, en 1931, llegada la República, fundé, junto con Gregorio Marañón y Pérez de Ayala, la Agrupación al Servicio de la República. Gracias a la Agrupación fui elegido diputado a las Cortes Constituyentes por la provincia de León ¡Que gran Provincia aquella, y que gran honor para mí!. En el suyo, en su honor, escribí también aquel artículo literario: “Cuando salimos de León…”, en el que hablo del Paseo de Papalaguinda. Pero, una vez más, se repitió la paradoja de todo filósofo "metido en política": En las Cortes se me oía, pero no se me escuchaba, ni mucho menos nadie me seguía. La desilusión que me produjo la vida de diputado, me llevó pronto a retirarme de la política activa y a disolver la Agrupación. Debería haber escarmentado con lo que aconteció a Platón, que tuvo que ver su voz desoída para comprender que, por desgracia, casi nunca las doctrinas políticas de un filósofo son atendidas por los legisladores o por los gobernantes.

Con ello, volví de nuevo a la actividad académica. En 1934, publiqué En torno a Galileo” y, en 1935, recibí un homenaje de la Universidad. Dijeron entonces que yo era ya la figura más sobresaliente del panorama filosófico español del momento. Y en el mismo año, 1935, publiqué uno de mis libros más importantes: Historia como sistema”. Si alguno, aún no lo ha leído, por favor, para vuestro propio bien y, sobre todo para el bien de España, no dejéis de leerlo. Podréis observar que la historia “se repite”. Hasta otra ocasión, queridos españoles, y que no os pase nada con las actuales lumbreras que os gobiernan. No son filósofos, precisamente. Son un hatajo de bárbaros. José Oretga y Gasset.-

jueves, 10 de julio de 2008

MI FORMACIÓN EN ALEMANIA


Precisamente para ello, para aclimatar a España las fuentes y costumbres culturales europeas, me fui a Alemania. A esta finalidad primordial respondió mi viaje de estudios, al finalizar mi doctorado en Filosofía con la tesis titulada Los terrores del año mil. Crítica de una leyenda”. En aquel gran país, y mucho más grande hubiera sido si la Guerra de los Treinta año no le hubiese paralizado, visité las Universidades de Leipzig, Berlín y Marburgo. Precisamente en esta última Universidad conocí a los neokantianos Hermann Cohen y Paul Natorp, a los que consideré siempre mis maestros. También entre este viaje mío a Alemania puede establecerse un cierto paralelismo con la estancia de Julián Sanz del Río, fundador del krausismo español, en Heidelberg.

El panorama filosófico que encontré en Marburgo estaba presidido por el neokantismo, esto es, la doctrina filosófica que postulaba la vuelta a Kant como modo de superar los callejones sin salida a que había llegado la filosofía idealista alemana de la mano de Hegel y sus seguidores. Pero, aquí se rompe el paralelismo con Sanz del Río. Así como el krausismo español importó el pensamiento de Krause de forma monolítica y sin una actitud demasiado crítica, yo llegué a Alemania con un espíritu más crítico y avispado—no en balde había pasado más de medio siglo de viajes de intelectuales españoles a Alemania— y mi actitud ante los neokantianos no fue la de la beatería discipular, sino una actitud ambivalente. De este modo, a la vez que reconocí la impagable deuda para con mis maestros de Marburgo, también adopté una actitud crítica frente a ellos y frente al propio Kant. La deuda y la crítica para con Kant y los neokantianos las resumí entonces con las siguientes palabras: "Durante diez años he vivido en el mundo del pensamiento kantiano: lo he respirado como una atmósfera y ha sido a la vez mi casa y mi prisión [...] Con gran esfuerzo me he evadido de la prisión kantiana y he escapado a su influjo atmosférico".

Así pues, consciente de que el pensamiento kantiano fue para mí tan necesario como lo es la atmósfera que respira cualquier hombre, también lo fuí de que también había sido una prisión de la que hube de liberarme para poder construir mi propia filosofía de madurez. Pero, Alemania desempeñó en mí una transcendente función vital, pues los años que viví allí, los años en que comenzó mi madurez humana, fueron tan fructíferos que los recuerdos de esta estancia quizá constituyan algunas de mis mejores páginas literarias. Así, cuando describí El Escorial, en 1915, no pude alejar de mí la imágen de la ciudad donde viví el "equinoccio de mi juventud", y sentí entonces la necesidad vital de expresarme así: "Permitidme que en este punto os traiga un recuerdo privado. Por circunstancias personales yo no podré mirar nunca el paisaje del Escorial sin que vagamente, como la filigrana de una tela, entrevea el paisaje de otro pueblo remoto y el más opuesto al Escorial que quepa imaginar. Es una pequeña ciudad gótica puesta junto a un manso río oscuro, ceñida de redondas colinas que cubren por entero profundos bosques de abetos y de pinos, de claras hayas y de bojes espléndidos. En esta ciudad he pasado yo el equinoccio de mi juventud; a ella debo la mitad, por lo menos, de mis esperanzas y casi toda mi disciplina. Ese pueblo es Marburgo, de la ribera del Lahn" (Esto lo dije cuando escribí "Meditación del Escorial", II: 558-559).

Sin embargo, pese a la profunda huella vital e intelectual que Alemania dejó en mí, regresé pronto a España, física e intelectualmente, pues para mí, el viaje a Alemania sólo tenía sentido en la medida en que, en virtud de una ósmosis intelectual, España se impregnase de Europa y, a su vez, impregnase a Europa. De este modo, ya en 1910, exclamaré: "Queremos una interpretación española del mundo [...]. España es una posibilidad europea. Sólo mirada desde Europa es posible España" (Esto, lo dije en "España como posibilidad", I: 138). A mi regreso, en 1910, oposité y gané la Cátedra de Metafísica de la Universidad de Madrid, en la que sucedí a Nicolás Salmerón, y comencé mi actividad universitaria como Catedrático antes de haber publicado ningún libro de filosofía. Ese mismo año me casé con Rosa Spottorno y, a partir de entonces, comenzó mi vida pública. Hasta otro momento. José Ortega y gasset


Arriba, la Vieja Universidad de Marburg, en la que yo estudié



miércoles, 9 de julio de 2008

EL POR QUÉ DE MI VOCACIÓN FILOSÓFICA


Terminé el Bachillerato en el año 1897, e inicié mis estudios universitarios, primero en Deusto y después en Madrid. Tenía yo entonces 15 años. ¿Qué joven, verdad?. Y sin embargo fui testigo de un gran y triste acontecimiento histórico, un acontecimiento de suma transcendencia, que llevó a una generación de españoles a plantearse por primera vez el problema de España. Este acontecimiento fue la pérdida de los últimos restos del imperio colonial español. En 1898, por la Paz de París, que daba término a la guerra hispano-norteamericana, España tuvo que ceder, ante los jóvenes y potentes Estados Unidos de América (a los que en su día había ayudado a alcanzar su propia independencia), sus últimas posesiones coloniales: Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Este acontecimiento funcionó en España como un revulsivo de la conciencia nacional que llevó a las mentes más lúcidas del momento (Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Antonio Machado y, entre ellos yo mismo) a plantearse el problema de la decadencia física y moral de España. Fuimos llamados por la posteridad “la generación del 98”, porque aquel desastre centró nuestros esfuerzos intelectuales acerca de las causas y el diagnóstico de la enfermedad de España.

Por ello, dentro del espíritu de mi generación, fui tomando conciencia del problema de nuestra patria y formulé el diagnostico de que algunas regiones de España -lo que llamé “particularismos”- no sentían una inquietud común por los asuntos nacionales. Lo mismo que hoy. Mi diagnostico, según pienso, sigue vigente. Entonces, yo propuse “la regeneración de España”, que según mis cálculos de aquel momento tan sólo podía venir de la mano de una toma de conciencia entusiasta acerca de una misión nacional. Y, para que esta misión pudiera ser llevada a cabo con éxito, propuse la necesidad de la existencia de una elite intelectual –justamente lo contrario que se propone y estimula ahora- que, tomando lo mejor del mundo occidental, supiera "fomentar la organización de una minoría encargada de la educación política de las masas" (Esto lo escribí en la páina 302 del volúmen I de Vieja y nueva política”). De este modo mi pensamiento, siendo yo aún muy joven, venía a enlazar con el regeneracionismo y con uno de los aspectos del krausismo español. Aunque mis presupuestos filosóficos y los de los krausistas diferían notablemente en la realización política y cultural, ambos coincidían en varios puntos clave. En que la situación de la España de la época era muy negativa y por ello había de ser superada, y en que esta superación sólo podía realizarse recurriendo a la aclimatación a España del pensamiento europeo, y para ello era necesaria la existencia de grupos dirigentes que permitiesen la puesta al día de la cultura española. No se hizo así. Y, mucho me temo, que en este momento, pese a la aparente apertura a Europa y al europeismo, tal aproximación dista quizá más aún que entonces, porque a la “rebelión de las masas”, de la que tiempo después traté, ha vuelto a producirse con especial virulencia y esta vez además con el ingrediente del odio.

Afortunadamente para mí, ya no puedo verlo desde la Calle Montesquinza, que fue la última en que viví en Madrid, pero se remueven mis huesos, aquí dentro de la paz de la Sacramental de San Isidro, y los de mi propio padre, que está junto a mí, cada vez que hasta aquí llegan las noticias de los resultados electorales que se obtienen en España y la catadura intelectual de los individuos que la gobiernan. Ninguno de ellos hubiera superado un elemental exámen en la Universidad donde yo expliqué Metafísica y estoy seguro de que una buena parte de ellos, si no fuera por la estupidez colectiva del electorado español, se vería obligada a ejercer la noble profesión de carpintero. Mucho más noble y esforzada que esta otra de “político” que siempre eligen las mentes más oscuras. Tengo que volver a decir: “No es esto, no esto…”. José Ortega y Gasset


En la fotografía de arriba, puede verse a un grupo de los últimos soldados españoles en Cuba